Nacieron el
mismo día de años diferentes. Se conocieron en una calle que olía a flores, y
de pronto, se besaron. Comenzaron una relación intensa, difícil, una relación
en la que el artista aniquiló a la persona y a la pareja, en la que solo importó
la obra, en la que solo importó el producto, lo creado (por aquellos entonces,
juntos).
Seguramente él
quiso cambiarla, quiso bajarla del pedestal divino en el que ella se creía y en
el que probablemente estaba, porque la quería, a ella, a la persona en la que
se convertía escasos momentos al día cuando se quitaba la corona de reina de
las diosas y bajaba al mundo terrenal para acariciarlo en la intimidad. Él la
admiraba, porque sabía que solo con ella llegaba siquiera a rozar la perfección,
esa en la que ella gobernaba con total naturalidad.
Para ella todo
era fácil con él. Ella dirigía la expedición maestralmente, él la complementaba
y en el fondo lo necesitaba. Podría decirse que se enamoró de ella misma al
estar a su lado. Lo quería enormemente, pero de otra manera: cuando dio por
agotada su obra junto a él, decidieron (decidió) ponerle fin a su recorrido
juntos con un último (eso creyeron, eso creyó) performance. Recorrieron la
muralla china, cada uno desde un extremo, para encontrarse en el centro, darse
un abrazo, y despedirse para siempre. Un gran final. Una gran creación, Marina.
En 2010 se
estrenó en el Moma una retrospectiva de su obra, en la que presentó un nuevo
performance: sentada en una silla, permanecía inmóvil frente a una mesa, al
otro lado de la cual había otra silla en la que se sentaban, por turnos, distintos
espectadores. Ella, aquel día con un vestido rojo, no esperaba que él se
sentase en aquella otra silla 22 años después de su separación, esa separación
que para ella también fue obra y para él su más doloroso fracaso. Ella sonríe,
no puede contener las lágrimas: se da cuenta de todo, pero nada ya puede hacer más
que tenderle las manos en un instintivo intento de superar al artista que
también fue en vano. Él asiente, tampoco puede contener las lágrimas: él mejor
que nadie la conoce, y sabe que ya todo está perdido. La quiere profundamente,
y solo le queda el consuelo de haber sabido renunciar a tiempo.
Un último dato
sobre Marina: Danica, su madre, nunca la acarició.