“Domingo 8 de
septiembre
Esta tarde hicimos el
amor. Lo hemos hecho tantas veces y sin embargo no lo he registrado. Pero hoy
fue algo maravilloso. Nunca en mi vida, ni con Isabel ni con nadie, me sentí
tan cerca de la gloria. A veces pienso que Avellaneda es como una horma que se
ha instalado en mi pecho y lo está agrandando, lo está poniendo en condiciones
adecuadas para sentir cada día más. Lo cierto es que yo ignoraba que tenía en
mí esas reservas de ternura. Y no me importa que ésta sea una palabra sin
prestigio. Tengo ternura y me siento orgulloso de tenerla. Hasta el deseo se vuelve
puro, hasta el acto más definitivamente consagrado al sexo se vuelve casi
inmaculado. Pero esta pureza no es mojigatería, no es afectación, no es
pretender que sólo apunto al alma. Esa pureza es querer cada centímetro de su
piel, es aspirar su olor, es recorrer su vientre, poro a poro. Es llevar el
deseo hasta la cumbre.”
El viernes 20, tras cuatro días sin verla, se le aclaró
todo: iba a pedirle matrimonio, porque para él, más que todos los argumentos en
contra, valía esa ausencia. El insoportable vacío que sentía
sin ella. La amaba a manos llenas, sin miedos, sin peros, a corazón abierto.
El lunes 23 de septiembre escribe 7 veces Dios mío, sin poder casi respirar por el
dolor que le dejaba esta vez esa ausencia irreversible e infinita.
Así, más o menos, lo narra Mario Benedetti en La tregua
Hoy, una vez más de camino a alguna parte, he visto su nombre
rotulado en un edificio de acero y vidrio, e inevitablemente me he acordado de esta historia de amor que quiero plasmar aquí inaugurando así este blog en el año 2014.
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