martes, 10 de diciembre de 2013

Mi sitio


    Me gusta mi barrio porque las casas están pintadas de colores, porque hay artesanos y artistas trabajando tras las rejas de sus ventanas abiertas, porque una señora mayor con el pelo blanco y un delantal de cuadros desenrolla la manguera que tiene arrollada en el zaguán de su casa -con las molduras de las ventanas pintadas de verde y rosa- para regar el jardincito que tiene frente a su puerta al cruzar la acera. Sonrío al salir o llegar a casa porque paso al lado de un árbol que tiene macetas colgadas en su tronco, porque siempre está Jacob -un perro callejero al que no le gustan las patatas fritas- y el bendito cerro -el que custodia Nuestra (su, vuestra) Señora de todos los Ángeles- para darme la bienvenida. Me siento feliz porque a veces me tumbo en mi terraza a ver atardecer y puedo escuchar el siseo de las hojas de los árboles y el canto de los pájaros y los ladridos de los perros y nada más que eso.

      Me parece maravilloso que un vendedor ambulante con un carro lleno de sandías y melones se dedique a trocear la fruta y meterla en vasitos de plásticos intentando hacer una figura parecida a una flor en su coronación y me lo venda a mil pesos con un tenedorcito de plástico y regalándome un “muchas gracias caserita, que le siente bien”, y que esto haga que la intervención nefasta sobre el edificio patrimonial frente al que se sitúa el vendedor no me parezca tan terrible.


      Estoy empezando a pensar que me siento a gusto en esta ciudad…

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