Hoy puede ser
un buen día: esta mañana, de camino a algún sitio, he visto algo que me ha
estremecido profundamente. Algo que me ha arrancado una sonrisa, algo que me
confirma que es posible la felicidad absoluta. Hace un día gris, y también hace
frío. Llueve a ratos.
Andaba a toda
prisa, cuando de repente, me he parado en seco al verlo: sí, a ellos, dos
ancianos pedaleando (algo parecido a seudobicicletas estáticas colocadas en
algún parque) en silencio sentados en el mismo banco y cogidos, con una ternura
infinita, de las manos, como si nada más en el mundo tuviera importancia, como
si diera igual todo aquello que no fuera el contacto de sus pieles secas y
arrugadas por el tiempo. No hablaban, no se miraban, pero sus cabezas estaban
ligeramente inclinadas la una hacia la otra. Como si en tantos años juntos no
necesitasen articular palabra para entenderse, como si hubieran desarrollado
alguna forma telepática de comunicación, como si no necesitasen decirse te
quiero porque el simple hecho de pedalear juntos ya era la forma más hermosa e
intensa de decirse: te quiero más que a nada en el mundo, amor mío de mi vida.
lagrimitas. gracias
ResponderEliminar:) un abrazo preciosa
ResponderEliminarA) La propietaria de esas santas manos romanas está degollada.
ResponderEliminarB) Váse "Amor" de Michael Haneke, y también "El septimo continente"